Fobofilia: la nueva pandemia que afecta a la sociedad actual.
Fobofilia: la nueva pandemia que afecta a la sociedad actual.
Brais Paisal Lombardero, 2023
Semeja que, en la actualidad, las relaciones humanas de los países de tradición occidental (y más concretamente aquellas dadas en los Estados euroamericanos) se encuentran mediadas por una serie de formas de conciencia regladas bajo la premisa del bienquedismo, el buenismo y la tolerancia. De esta manera, los diferentes sujetos humanos de dichas regiones actúan, y se ven obligados a actuar, de acuerdo a evitar algún tipo de posible ofensa ante terceros. Así, el repertorio humorístico se vio reducido según qué espacios, los comentarios que antes eran banales ahora suponen graves formas de discriminación, y las actitudes que en su momento formaban parte del abanico performativo aceptado por la sociedad resultan, actualmente, comportamientos que perpetúan la opresión de unos frente a otros. Y si bien es cierto que la crítica a ciertos aspectos comportamentales supuso modificaciones conductuales a nivel social necesarios, hoy en día dicha crítica se ha convertido en un fenómeno cuasi patológico dentro de las sociedades mencionadas: en un impulso incontrolable de señalamiento por lo políticamente incorrecto, en la constante denotación de toda acción políticamente desviada como intolerante, en una afición por clasificar o categorizar comportamientos y conductas de determinadas personas como formas de discriminación, opresión, odio o rechazo frente a terceros; a saber, una filia por acabar toda palabra con el sufijo -fobia, es decir, en la constatación de la existencia de una epidemia social de “fobofilia”.
El empleo de “fobofilia” como término que denota el tipo de conducta mencionada anteriormente (la afición por clasificar comportamientos como formas de opresión, odio y rechazo), resulta confuso en la medida en que ya existe dicho concepto, pero como caso clínico, es decir, como gusto o placer ante el temor o el riesgo. Por ello, más que un vocablo recto, la redefinición de fobofilia resulta un juego de morfemas derivativos que tiene como objetivo denominar este fenómeno social de las sociedades euroamericanas, desvirtuándose, de esta manera, el término original. De la misma forma, esta desvirtuación no es diferente, a grandes rasgos, de la desvirtuación sufrida por la redefinición de otros viejos términos acabados por -fobia, así como por la invención de otros nuevos. Esto se debe a que, en un principio, el sufijo -fobia funcionaba como sufijo con uso técnico de la psiquiatría para construir palabras que describen el miedo irracional, anormal, injustificado, persistente o incapacitante como un trastorno mental, además de emplearse en otras ramas del saber como la biología (para describir el rechazo a ciertas condiciones que presentaban los organismos), la química (para describir aversiones químicas) o la medicina (para describir la hipersensibilidad a un estímulo). Sin embargo, el uso común actual de palabras como homofobia ya no responde al sentido clínico del término (como el trastorno psicológico incapacitante que padecen aquellas personas que sufren una alta ansiedad y angustia cuando se encuentran con un homosexual o cuando creen que pueden llegar a cambiar hacia dicha orientación sexual), sino a un sentido sociológico, y más concretamente ideológico, en la medida en que funciona como término descalificativo (que no calificativo) antes que suponer un vocablo riguroso. Por ello, la “fobofilia” se presenta como el culmen de lo absurdo, como cima de una cadena de desvirtuación de los términos clínicos en favor de conceptos sociológicos indefinidos (es decir, de amplio espectro, siendo homófobo tanto el que sufre depresión por pensar que le pueden gustar las personas de su mismo sexo como el que cuenta un chiste acerca de dicha sexualidad) que oscurecen más que clarifican la realidad de las cosas, presentando un uso ideológico que fulmina su capacidad categorizadora.
Y, dado que la veda a la innovación de nuevas palabras está totalmente abierta, ¿por qué quedarnos únicamente con fobias como la homofobia, transfobia, bifobia o gordofobia? ¿Por qué no abogar por nuevos términos como miopefobia, delgadofobia, calvofobia, anodontofobia, pelofobia, feofobia, zurdofobia o medirmenosdeunmetroochentafobia? ¿A caso el mundo actual, con su normatividad opresora es verdaderamente inclusivo con personas miopes, delgadas, calvas, sin dientes, con mucho pelo, feas, zurdas (recordemos que los zurdos siempre se manchan la mano de tinta de bolígrafo cuando escriben, pues el español, como la mayoría de lenguas, se escribe de izquierda a derecha), bajas o demasiado altas? ¿No importan los sentimientos de estas personas? ¿No se encuentran, acaso, lo suficientemente oprimidas para ser tomardas en consideración?
Llegados a este punto, y comprendido lo expuesto hasta este momento, se puede entender a la sociedad occidental contemporánea (de forma satírica pero sin negar la realidad del susodicho fenómeno inquisitorio) como una sociedad de individuos “fobofílicos”, en tanto que buenistas, buenquedistas y tolerantes, pero que presentan, a su vez, los miedos causados por su propia adicción: una suerte de angustia y rechazo por ser acusados de ser individuos portadores de odio; es decir, la sociedad actual padece “fobofilia”, pero “fobofobia” por consecuencia. A la vez que se acusa a otros de presentar conductas opresoras, cabe la posibilidad de ser condenado (socialmente) por lo mismo. En palabras del novelista y cineasta David Trueba: vivimos en una tiranía sin tiranos, donde en buena medida muchos de los males que padecemos son achacables a nosotros mismos. Una sociedad donde el sufrir se considera la variable a tener en cuenta para constatar que alguien tiene razón en lo que se dice, pues semeja que todo atisbo de racionalidad se abandona empáticamente en el momento en el que esta suponga cierto perjuicio para un tercero. Parafraseando la frase célebre cartesiana, cogito ergo sum, (y parafraseando al profesor de psicología de la personalidad de la Universidad de Oviedo, José Errasti), parece que a nivel argumentativo resulta triunfador el sujeto más “oprimido”: sufro, ergo tengo razón. Y dicho criterio argumentativo no sólo se presenta en la esfera pública, sino que se adentra en otras parcelas de la sociedad como en el ámbito académico, donde se considera que asignaturas como las matemáticas deben ser impartidas acorde a una gestión emocional correcta, así como la enseñanza en su conjunto, relegando la categoría de virtud suprema a la felicidad y bienestar, como si el estrés y el agobio no funcionasen como mecanismos de motivación necesarios para obtener una mayor resiliencia y una mayor capacidad para enfrentarse a los obstáculos que la experiencia terrenal presenta consigo.
La “fobofilia”, así, se encuentra motivada por la consideración de la felicidad como la medida de todas las cosas, fruto, en parte, de la situación de hedonia depresiva en la que se encuentra actualmente el primer mundo: la incapacidad de no poder buscar otra cosa que el placer inmediato (tal y como señaló en su momento Mark Fisher). En contra de tal enunciado, a veces, lo importante no es estar feliz, ni a gusto con uno mismo en la fase actual, sino que lo que se necesita es abandonar la “autoaceptación” de tal y como se es y emigrar hacia una nueva instancia superior en términos éticos (según la ética spinozista); a saber: tomar decisiones que te permitan recuperar la firmeza propia y la de terceros, es decir, el deseo por la conservación del propio ser, así como el deseo por la conservación del ser de otros (generosidad). De ahí que considerar que la terapia afirmativa en relación con el fenómeno de la transexualidad sea imprudente o que la aceptación sin discusión de cuerpos insalubres sea perjudicial no suponen casos de transfobia o gordofobia, sino medidas éticas en tanto que suponen casos de generosidad por el deseo de la recurrencia y conservación en el tiempo de la integridad física y anímica de las personas que padezcan dicha situación que presenta. Y por ello, en la misma medida, criticar destructivamente, así como descalificar a las personas que presenten aspectos no normativos, tampoco resulta ético.
En resumen, y para finalizar, la afición por clasificar o categorizar comportamientos y conductas de determinadas personas como formas de discriminación, opresión, odio o rechazo frente a terceros resulta una filia propia de nuestro tiempo, donde la felicidad, y por tanto la no realización de actos o la pronunciación de enunciados que posiblemente puedan herir la sensibilidad de otros (aunque no tengan dicho objetivo y todo sea fruto de hipótesis o de la especulación de terceros), supone el criterio y medida de todas las cosas. Por ello, para evitar seguir en la tiranía de lo políticamente correcto, resulta prudente aceptar que dicha premisa hedonista y existencial debe ser tratada críticamente desde la perspectiva ética, donde por encima de todo, prima la firmeza de los individuos.
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