Reflexiones acerca de la belleza humana: Una propuesta teórica materialista.

 Reflexiones acerca de la belleza humana:

Una propuesta teórica materialista.

Brais Paisal Lombardero, 2023

Actualización del artículo de Brais Paisal Lombardero, Teoría general de la belleza humana, El Catoblepas 205:12, 2023 (nodulo.org)


Introducción.

El ser humano, a lo largo de los siglos, ha expresado con énfasis y entusiasmo su interés por la belleza, tanto para su comprensión como para su alcanzamiento. Es por ello por lo que las presentes y futuras líneas que configuran este texto van destinadas a integrarse dentro de la literatura preexistente relacionada con el tema; como un grano de arena más sobre la montaña de producción filosófica, literaria, científica y artística que versa sobre la cuestión en la que radica dicho trabajo intelectual.

¿Qué es la belleza humana? ¿Es universal y objetiva o es construida culturalmente? ¿Sería prudente hablar de belleza humana o, más bien, de bellezas humanas? ¿Qué es aquello que provoca la consideración de que algo es bello socialmente en los humanos? Estas cuestiones componen la esencia del comentario y, con motivo de su resolución, se expondrá la siguiente propuesta teórica sobre la belleza humana desde coordenadas sumamente materialistas.


1. ¿Qué es la belleza humana?

Para poder comprender qué es aquello a lo que socialmente se denomina como bello en los humanos, resulta necesario definir qué es la belleza humana. Cuando empleamos la palabra “belleza” junto con sus derivaciones, lo hacemos para expresar el alto nivel de presencia estética de un tercero (persona o no), suponiendo esta, por sí sola, la cualidad propia de un objeto o ente que transmite sensación de agrado, placer o atracción. De la misma forma, esta cualidad se enuncia normal e indistintamente para referirse a una suma de características internas (como cuando se dice que alguien es bello por dentro como sinónimo de buena persona) o externas (así como destinada para una persona, animal, objeto u otro) de los entes.

El sintagma belleza humana se compone por un núcleo (belleza) y un modificador (humana). Esto hace que cuando hablemos de belleza, nos refiramos a dicha cualidad presente sólo y únicamente en el homo sapiens y, en concordancia con esto, como aquella apreciada de forma directa y guiada por los rasgos constitutivos de la fisonomía (como aspecto particular del rostro y como aspecto general) y anatomía macroscópica humana, renunciando así a su empleo como una cualidad interna de las personas (pero sin renegar de la multiplicidad de acepciones existentes del término belleza).

Comprendido todo esto, la belleza humana supone, en el presente trabajo, la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas.


2. Tipos de belleza humana.

El principal motivo por el que se redacta este breve ensayo supone la desmitificación de la belleza humana entendida como una construcción social impuesta de forma arbitraria. Es decir, el paradigma constructivista actual se sitúa como el causante de la necesidad de escribir estas líneas, pues afirmar que la belleza es impuesta socialmente y posterior a su fundamentación (apareciendo de la nada) atenta contra toda lógica materialista. Afirmar que esta es una construcción social, sin especificar los orígenes de la misma y como fruto de un supuesto sistema de opresión omnipresente y casi metafísico promovido desde las altas esferas del poder capitalista, resulta una especie de retraimiento a las explicaciones místicas del funcionamiento del mundo. Es por ello por lo que se presenta más necesario que nunca aportar una postura materialista y evolutiva sobre el asunto, pues, ante todo, las ideas no surgen de la inspiración esporádica y azarosa del individuo ni de la intervención mundana de un poder sobrenatural, sino que parten de las condiciones materiales de existencia y se ven condicionadas por los desafíos evolutivos y de supervivencia que experimentó nuestra especie.

Comprendido todo esto, bien es cierto que, desde una postura materialista, se puede afirmar que la belleza humana supone una construcción social, pues es la asociación de individuos quien perfila y define lo que es bello en función del estado específico de la materia y de su disponibilidad, siendo la belleza humana mutable y distinta dependiendo de la cultura. Tratado de esta forma, el constructivismo como teoría resulta útil para explicar ciertos fenómenos, al contrario que su actual vertiente más mística e idealista. Sin embargo, no todo tipo de belleza percibida en los humanos se construye socialmente atendiendo a las condiciones materiales de vida, si no que, como bien nos evidencia David Buss en su obra La evolución del deseo, la atracción hacia ciertos rasgos físicos que experimentan los machos y hembras humanos también se encuentra condicionada por las estrategias evolutivas físicas y psicológicas que se han ido desarrollando para la garantía de la supervivencia de la especie.

Por todo ello, la cuestión que se nos presenta en relación con la belleza humana es aquella que versa acerca de su naturaleza, unicidad o multiplicidad. ¿Por qué consideramos a alguien como bello? ¿Existe sólo un tipo de belleza universal o resulta todo lo contrario?

Atendiendo a la mutabilidad, variabilidad y origen de lo que se considera como bello, la Belleza humana se bifurca en dos: belleza humana fija o universal y belleza humana variable o circunstancial.


2.1.Belleza fija o universal.

El primer tipo de belleza humana es la belleza fija o universal. Su nombre indica que esta supone un tipo de belleza transhistórica, por lo que no responde a los aconteceres políticos y, por ende, a las condiciones materiales coyunturales. Al presuponerse fija, se afirma que no es vulnerable a los cambios estructurales (pudiendo ser reprimida o potenciada por la sociedad, pero sin cambiar su contenido). Al presuponerse universal, se consolida su carácter evolutivo, pues esta belleza es concordante en todas y cada una de las diferentes culturas que habitan sobre la faz de la Tierra. Resulta, en definitiva, aquella belleza que se fue consolidando evolutivamente y que hace referencia, además, al conjunto de características que determinan a un ser sin las cuales no sería lo que es (macho o hembra). La belleza fija o universal es pues la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas que evolutivamente han sido seleccionadas como muestra de una mayor capacidad reproductora, así como de aportación de una mejor descendencia y la potencial capacidad de cuidado y protección de las crías.

Llegados a este punto, el lector puede deducir que, pese a que no responde a las condiciones materiales de existencia y sea estable en el tiempo, dicha belleza sí que parte de unas, en tanto que se han ido seleccionando evolutivamente en función de lo necesario para la supervivencia de la especie. Cierto es, pues, que tienen un origen material, pero llegada la estabilidad vital de nuestra especie al situarse en la cima de la cadena trófica, no se ha necesitado la selección de otros rasgos físicos para la generación de una descendencia más apta para la supervivencia y continuación del homo sapiens, por lo que permanece fija (y permanecerá fija) desde entonces.

Estos rasgos son distintos en machos y hembras. La belleza fija o universal en los machos humanos supone aquellos rasgos fisonómicos y anatómicos que indican una mayor capacidad a la hora de proteger a las crías y a la progenitora, una mayor probabilidad de aportar descendencia sana y una mayor posibilidad de aportar recursos a la futura familia. En las hembras, se considera belleza fija o universal aquellas características de la misma índole que muestren o den a entender una mayor capacidad para aportar descendencia (así como que esta se presente sana) y para el cuidado de las crías. De esta forma, se considera como bello en el homo sapiens macho la altura, la musculatura marcada, la espalda ancha y ciertos signos de madurez e incluso adultez, pues en la era primitiva, ser un macho adulto era indicador de una mayor capacidad para proteger el grupo y aportar recursos (mayores conocimientos de caza, mayor fuerza, etc). En la hembra del homo sapiens, se considera bello, por contraposición, unos pechos de cierto tamaño, una proporcionalidad entre cintura y cadera determinada y ciertas evidencias físicas de juventud (pues históricamente se consagró como indicador de una mayor fertilidad y capacidad para proveer descendencia sana). A nivel fisonómico, lo bello en machos y hembras humanos corresponde sobre todo a las señales de adultez y mocedad, pero comparten ciertos aspectos que se consideran bellos por ser indicadores evolutivos de buena salud, como la simetría de la cara (la asimetría podía ser ocasionada por parásitos), la tez pulcra y sin manchas o granos y la no presencia de mutilaciones o deformaciones derivadas de enfermedades que evidencien una incapacidad para la realización de cualquiera de las tres funciones vitales. (Buss, 2021)

La belleza fija o universal se consagra, así, como aquella que ha pasado por el filtro de la selección natural al ser la que aporta indicadores de una mayor probabilidad de procreación de descendencia sana y capacidad de continuación de la especie (buena salud, fuerza, crianza, etc). Es por ello por lo que se presenta como universal, en tanto que todas las personas del mundo, al ser homo sapiens, llevan consigo de forma orgánica e incluso genética la atracción (en menor o mayor medida) hacia este tipo de rasgos fisonómicos y anatómicos.

Estas conclusiones se ven reforzadas por los estudios realizados por David Buss con relación a dicha materia. Estos estudios consistieron en lo siguiente. A modo de resolver la cuestión acerca de si los homo sapiens nacemos con una predisposición hacia ciertos gustos fisonómicos y anatómicos, se puso a varios bebés de menos de un año de vida a interactuar con personas con diferentes tipos de máscaras. Aquellas máscaras que presentaban deformaciones o asimetrías incomodaban y provocaban mayor ansiedad y miedo a los niños que las que mostraban todo lo contrario. Además, otro estudio evidenciaba que los rasgos anteriormente escritos se consagran como seleccionados evolutivamente en tanto que otros niños, al mostrárseles imágenes de personas entendidas como bellas e imágenes de personas que no presentaban dichos rasgos, estos se quedaban más tiempo observando a las primeras. De la misma forma, la altura en los hombres resulta un atractivo universal para las mujeres según autores como Barbara Smuts,

Thomas Gregor o Bruce Ellis tras estudiar tanto primates como diversas sociedades tribales inconexas con el mundo occidental (Buss, 2021). Ante esto, observamos que, en contraposición al constructivismo idealista imperante en la presente época, las crías de homo sapiens no se presentan como una tabula rasa en relación con la belleza humana, si no que tienen ciertas predisposiciones genéticas hacia ciertas características fisonómicas y anatómicas (y de la misma forma, los adultos). Es por ello por lo que, (parafraseando al propio David Buss) acusar a la “sociedad” o a las industrias estéticas de imponer ciertos gustos (que no todos) en relación con la fisonomía y anatomía humana sería como acusar a la misma “sociedad” o al McDonald’s de imponernos los gustos gastronómicos. Lo que realizan las empresas de fast food es explotar nuestros indicadores evolutivos alimenticios, aquellos gustos seleccionados por la capacidad de ciertos alimentos de aportar sumas cantidades de energía (hidratos de carbono, azúcar, etc). Y de la misma manera, ciertos gustos en relación con la fisonomía y anatomía humana “impuestos” siguen ese mismo patrón, es decir, explotan nuestros indicadores evolutivos relacionados con la reproducción humana, aquellos que evidencian la posibilidad de tener una mejor descendencia (es así como también nos parecen más bellos aquellos paisajes que muestran mayor capacidad de supervivencia tales como los bosques y ríos con fauna y flora considerable).

Igualmente, pese a ser este tipo de belleza fija y universal, la cultura juega un papel importante en la consideración de si dichas características fisonómicas y anatómicas resultan o no socialmente bellas de acuerdo con las necesidades sociales (o modas) de cada sociedad política. Es decir, aun siendo gustos propiamente genéticos, es la sociedad la que, en su conjunto, decide en última instancia si conviene o no que estas predisposiciones estéticas se potencien. Un ejemplo que sirve para comprender mejor la explicación presentada recientemente en relación con la capacidad que tiene la cultura para potenciar o reprimir los gustos innatos supone la gastronomía mexicana. Si bien los humanos presentan una serie de predisposiciones biológicas por el gusto a determinados sabores, el empleo de otros que suponen indicadores evolutivos de mal estado del alimento o insalubres para el organismo, como el picante o el ácido, pueden ser añadidos al menú de una sociedad determinada por motivos ambientales. Es así el caso de la gastronomía mexica, pues a falta de grandes cantidades de alimentos de procedencia animal y vegetal, emplearon el picante para desincentivar la ingesta de los mismos (pues el picante reduce la sensación de hambre y las ganas de comer, siendo este sabor característico de la gastronomía de las poblaciones donde los recursos alimenticios resultan escasos). Es por ello por lo que, de igual manera, la belleza fija o universal puede ser reprimida o potenciada por la cultura pese a suponer gustos innatos, siempre y cuando dicha represión o potenciación responda a las exigencias del ambiente. Sin embargo, la historia evidencia que aquellas modas que atacaban frontalmente lo que se ha considerado como belleza fija o universal en el presente trabajo perecieron rápidamente, siendo ejemplo de ello el estilo garçon, una moda francesa del decenio de 1920 consistente en atuendos que aplanaban el pecho femenino que no duró más de unos años (Harris, 2021).


2.2.Belleza variable o coyuntural.

Llegados a este punto, el lector puede preguntarse cómo puede ser posible que haya culturas que consideren lo bello en los humanos de manera tan distinta si se ha argumentado que existe una belleza fija y universal. La respuesta es que la belleza humana no solo puede ser comprendida desde parámetros psicoevolucionistas o etologistas, sino que el entorno en el que una determinada sociedad se desarrolla también encamina a la misma hacia la consideración de lo que es bello o no según sus necesidades sociales, así como por el interés del bienestar del propio individuo a costa o en relación con la de sus compañeros una vez constituidas las sociedades políticas.

En contraposición a la belleza fija o universal encontramos, de esta forma, la belleza variable o coyuntural. Este tipo de belleza supone la cualidad de aquellas características fisonómicas o anatómicas en los seres humanos de transmitir agrado, placer o atracción que cambian a lo largo del tiempo (variable) y dependen o están determinadas por una circunstancia (coyuntural). Dicha belleza resulta relativa (no universal) y, por ende, en función de la cultura en la que uno es socializado, los rasgos distintivos de lo que se considera bello en una persona varían. Es decir, la belleza variable o coyuntural es construida socialmente según las condiciones materiales concretas experimentadas por una sociedad en un determinado momento histórico. De la misma forma, este tipo de belleza se contrapone a la fija en tanto que precisa, aunque no siempre, de la incorporación de mutilaciones o modificaciones físicas que no han sido seleccionadas evolutivamente ni comunes en la época ancestral y, en consecuencia, que no tienen por qué formar parte de las características que determinan a un ser sin las cuales no sería lo que es a nivel fisonómico y anatómico (macho o hembra).

Dependiendo de las causas materiales que condicionaron la consideración de ciertos rasgos como bellos, así como atendiendo a los objetivos que se intentan conseguir con la modificación del cuerpo, obtenemos una nueva bifurcación donde encontramos dos tipos distintos de belleza: la belleza humana conspicua u ostentosa y la belleza humana política.


2.2.1. Belleza humana conspicua u ostentosa.

Continuando con el procedimiento explicativo habitual a la hora de exponer un nuevo concepto, para alcanzar una óptima comprensión de lo que se ha decidido nombrar belleza humana conspicua u ostentosa realizaremos un análisis del propio sintagma nominal despedazando cada uno de los elementos sintácticos que lo conforman.

Como bien se ha afirmado con anterioridad, por belleza entendemos la cualidad propia de un objeto o ente que transmite sensación de agrado, placer o atracción; y por belleza humana, la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas. Por conspicuo, hacemos referencia a aquello que goza de gran prestigio; por ostentoso, que muestra lujo y riqueza.

Entendido todas y cada una de las consideraciones, la belleza humana conspicua u ostentosa supone la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas obtenidas en su mayoría (durante ciertas épocas históricas, las mujeres con complexiones anchas fueron símbolo de fertilidad y belleza, siendo innecesario el empleo de objetos para la modificación de su cuerpo, pues dadas sus características genéticas tendían a presentar esa figura. Sin embargo, dicha complexión sigue respondiendo a un tipo de belleza conspicua u ostentosa en la medida en que era entendida como saludable u obtenida gracias a la posesión de recursos alimenticios y sanitarios. Evidenciada resulta esta tesis cuando apreciamos que en periodos de abundancia estos cuerpos no resultan bellos socialmente) con la modificación voluntaria y operada de su cuerpo que culturalmente han sido construidas y seleccionadas como muestra de lujo, riqueza y prestigio a causa de las condiciones materiales e históricas de vida de una sociedad. Se trata así de un tipo de belleza obtenida por la mediación de las cosas con los humanos y, en una última instancia, de un tipo de belleza simbólica, pues representa, ante todo, poder como posesión de recursos, incluso aunque sea solo en apariencia.

Llegados a este punto, se puede apreciar que, para la deducción y comprensión de este tipo de belleza, se ha empleado el enfoque propio de la economía institucional de Thorstein Veblen, pues sin las herramientas conceptuales que nos provee la Teoría de la clase ociosa (Veblen, 2014) sería prácticamente imposible alcanzar una explicación racional de aquello que se ha pretendido dar respuesta, es decir, de los diferentes tipos de belleza humana. Como bien sabemos, dicha teoría afirma que, en muchas situaciones, lo caro es sinónimo de bello y, en última instancia, poseer aquello que se supone caro es también portador de prestigio. Por ende, un símbolo de belleza resulta todo tipo de muestra o característica que exponga cierto nivel de posesión de recursos. Esto, según Veblen, se realizaría en un intento de diferenciación de las clases poderosas de las plebeyas y esclavas, reafirmando las divisiones sociales estamentales o clasistas. De esta forma, todo aquel que presentase unas características determinadas a simple vista, daría a entender que su posición social, prestigio y posesión de recursos es superior en comparación con aquellas personas que no las presentasen y las viesen por primera vez. Es por ello por lo que entendemos la belleza humana conspicua u ostentosa como un tipo de belleza simbólica, pues muestra, ante todo, quién tiene (el) poder.

Por último en relación a la concreción definitoria del concepto presentado, si realizamos un breve ejercicio especulativo, esta belleza puede ser también resultado de la propensión humana y evolutiva de muestra de recursos para la adquisición de una pareja con la que generar descendencia, pues como bien afirmamos en el apartado sobre la belleza fija o universal, características físicas de machos que demostrasen capacidad de proveer recursos a la hembra como tener una gran musculatura, presentaban muchas más posibilidades de resultar ventajosas a la hora de atraer al sexo femenino. De la misma forma, mostrar riqueza y prestigio supondría una exposición de posesión y capacidad de proveer recursos que aumentarían las posibilidades de procrear (y si las mujeres presentan también este tipo de belleza, sería, siguiendo el trabajo intelectual de Veblen, en tanto que consumo vicario).

Algunos ejemplos de este tipo de belleza serían las mujeres jirafa de Birmania, las grandes barrigas de los hombres de la tribu etíope Bodi, la tradición china de vendar los pies a las mujeres o la obsesión por la tez blanca en la época victoriana en Inglaterra. Todos y cada uno de estos ejemplos resultan circunstanciales y temporales en la medida en que no prevalecen en el tiempo y son culturales y atienden al contexto histórico determinado en la que se desarrollan. Por otra parte, resultan conspicuos u ostentosos en tanto que son signo de riqueza o prestigio.

Empezando por el ejemplo de las mujeres jirafa, diversas son las teorías acerca del porqué de la institucionalización de poner aros alrededor del cuello de forma progresiva a lo largo de los años (haciendo que los cuellos de estas mujeres vayan en aumento, siendo después incapaces de vivir sin ellos). Algunas de estas teorías afirman que dicha práctica se debe a la protección de las mujeres frente a los ataques de los tigres (estos atacan al cuello) o a la deformación anatómica consciente de las mujeres birmanas para disminuir su atractivo físico con el objetivo de que los colonizadores de sus tierras no las llevasen como esclavas (una teoría factible y concordante con la belleza política). Sin embargo, la explicación que entendemos como la más acertada es aquella que sugiere que dichos aros del cuello suponen una muestra de ostentosidad y prestigio, puesto que, a mayor número de aros, mayor aumento del cuello y menor capacidad de trabajo y utilidad de las mujeres (entroncando con la teoría de la clase ociosa), además de que el material del que tradicionalmente estaban fabricados dichos aros revelaba el poder social y patrimonial de la familia (normalmente estaban hechos de oro).

Por otra parte, las grandes barrigas de los hombres de la tribu etíope Bodi, obtenida a través de una dieta en sangre de vaca y leche, representa un símbolo de estatus, pues aquella persona que muestra una mayor barriga da a entender que posee muchas vacas y, por ende, una mayor capacidad de alimentar a su familia. Es así como a los hombres de dicha tribu se los considera más bellos a mayor tamaño de sus barrigas, traduciéndose dicha consideración de belleza en condición de poder, tal y como explica Eric Lafforgue, fotógrafo francés que experimentó en sus propias carnes dicha situación. De esta forma, los hombres con la barriga más grande son considerados como hombres poderosos y codiciados (Valerio, 2023).

Continuando con los ejemplos, a través de los mismos parámetros podemos comprender la tradición china de vendar los pies a las mujeres con el objetivo de que estos no crezcan. La práctica de vendar los pies tiene su origen, probablemente, en el deseo de diferenciar a las mujeres chinas de la alta nobleza de aquellas de las provincias, convirtiéndose con el paso del tiempo en un símbolo de elegancia y virtud moral. Aparte de esto, existe la evidencia de que los primeros registros de su empleo radican en las bailarinas túrquicas de la corte de la dinastía Tang y que, si en un momento se popularizaron, fue a causa de que las familias de clase baja (siguiendo incluso el principio de emulación del que habla Veblen2) vieron la oportunidad de ascenso social de sus hijas al vendárseles los pies (pudiendo casarlas con un hombre de mayor prestigio y estatus). Otra evidencia clara que respalda nuestra teoría de la belleza conspicua u ostentosa en este caso supone que dicha práctica reducía la movilidad y, por ende, utilidad de las mujeres a la hora de trabajar en el campo, pues los dolores a causa de la deformación de los pies eran constantes, convirtiéndose así en una muestra de ociosidad, riqueza y, en consecuencia, de belleza.

Finalizando con los ejemplos, quedaría por mostrar brevemente la obsesión por la tez blanca de la época victoriana en Inglaterra. Esta moda estética, considerada como bella, surge de la misma manera que las anteriormente explicadas, es decir, como muestra de ociosidad u ostentosidad. Esto se debe a que presentar una tez pulcra y blanca suponía una evidencia de la no necesidad de trabajar (a causa de resultar innecesario porque ya se dispone de recursos), puesto que aquellas personas que tenían una piel más morena o sucia era debido al trabajo bajo los rayos de luz del sol o a causa de la suciedad emanada de las actividades agrícolas o fabriles (además de ser una clara muestra de falta de higiene por no poseer los medios necesarios para el aseo) (Veblen, 2014). Y por el mismo motivo, la tez blanca supone en la actualidad lo contrario que en la época victoriana (en el momento de terciarización de la economía y en el que las condiciones sanitarias y de higiene mejoraron con creces), es decir, una muestra de desprestigio según qué sociedades, pues el moreno es sinónimo de ociosidad en la medida en que se demostraría la posesión de tiempo libre para tomar el sol y la no necesidad de trabajar en ambientes cerrados (siendo los de tez blanca aquellas personas que dedican su tiempo a todo lo contrario, evidenciando la necesidad de trabajar en locales clausurados, ya sean fabriles o del sector terciario).

Una vez explicados los anteriores ejemplos de belleza humana conspicua u ostentosa, así como la propia explicación de esta, es turno de pasar al último tipo de belleza humana variable o coyuntural: la belleza humana política.


2.2.2. Belleza humana política.

Para finalizar con los diferentes tipos de belleza humana variables o circunstanciales, quedaría por aclarar qué supone este último tipo de belleza. Para su correcta explicación, se procederá, nuevamente, a diseccionar o analizar el sintagma nominal belleza humana política.

Como bien se ha afirmado con anterioridad, por belleza entendemos la cualidad propia de un objeto o ente que transmite sensación de agrado, placer o atracción; y por belleza humana, la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas. Por política, entendemos todo tipo de acciones humanas que tienen por objetivo garantizar la recurrencia y mantenimiento de la vida social y, por consecuencia, del Estado en el que reside una sociedad determinada.

Entendido todas y cada una de las consideraciones, la belleza humana política supone la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas, tanto obtenidas con la modificación voluntaria y operada de su cuerpo como sin la necesidad de tal acción, que culturalmente han sido construidas y seleccionadas para la adaptación y superación de una serie de situaciones materiales adversas para la garantía de la supervivencia del grupo y la perdurabilidad en el tiempo del Estado en el que habitan.

Tras comprender las anteriores líneas, podemos observar que este tipo de belleza humana resulta relativa (no universal) y, por ende, en función de la cultura en la que uno es socializado, los rasgos distintivos de lo que se considera bello en una persona varían. Es decir, la belleza humana política es construida socialmente según las condiciones materiales concretas experimentadas por una sociedad en un determinado momento histórico. Concretamente, este tipo de belleza funcionaría como un mecanismo adaptativo ante las circunstancias negativas por las que pasa una sociedad política humana con el objetivo de superarlas y garantizar su continuidad y recurrencia, es decir, su Eutaxia.

El ejemplo paradigmático de este tipo de belleza humana supone las mujeres con platos en los labios de la tribu africana Mursi. Tal y como afirma el fotógrafo Omar Reda (quien tuvo oportunidad de visitarlos en una ocasión), esta tradición estética comenzó en la época esclavista con el objetivo de que, deformando y disminuyendo el atractivo de la fisonomía de las mujeres y niñas de la tribu, los esclavistas evitasen abusar de ellas sexualmente (o llevárselas para ser esclavizadas). En la actualidad, dicha deformación labial supone un símbolo de belleza y resistencia femenina, consiguiendo los Mursi garantizar la prevalencia (Eutaxia) de la tribu hasta nuestros días (Álvarez, 2022).

Otro ejemplo de la belleza humana política resulta la comprensión de una determinada pigmentación de la tez como algo bello socialmente en función de la latitud o entorno climático en el que una sociedad política se encuentre. Según el propio Marvin Harris, las sociedades políticas donde la luz solar era tenue desarrollaban aversión por los sujetos humanos con tez más oscura, mientras que las sociedades donde la luz solar era casi constante sucedía todo lo contrario. Este rechazo según la pigmentación y la intensidad de los rayos solares se debería a que, en función de estas, los individuos podrían presentar un mayor riesgo de contraer enfermedades mortales y deformadoras o no. Así, antaño, un individuo con poca melanina en ambientes donde la luz del sol irradiase durante la mayor parte del año podría desarrollar cáncer de piel, mientras que un individuo con mucha melanina en lugares donde el sol casi no se deja ver presentaría raquitismo por falta de vitamina D (entre otros problemas), suponiendo perjuicios para la totalidad del grupo. Esto provocaría que la tez blanca en lugares con poco sol resultase hermosa, símbolo de salud, pasando lo mismo con la tez negra en zonas con fuerte presencia solar (pues crecerían más sanos que sus contrarios y aportarían más al grupo). De esta manera, los albinos en África serían tratados como individuos de naturaleza distinta a los demás sujetos humanos de la tribu, justificando su homicidio entre otras acciones (Harris, 2021). Es decir, la selección cultural actuó como garantía del correcto funcionamiento de la sociedad política, generando un sentimiento de aversión contra los individuos que presentasen rasgos fisonómicos o anatómicos que supusiesen indicadores de un posible perjuicio para el desarrollo de las actividades necesarias para la supervivencia y continuidad del grupo (otro ejemplo podría ser Esparta con sus planes eugenésicos).


3. La belleza humana y el canon de belleza.

Una vez realizada y explicada la clasificación de los distintos tipos de belleza humana, es turno de embarcarse en una nueva cuestión: qué son los cánones de belleza, cómo surgen y si son impuestos socialmente.

Para la óptima resolución acerca de qué es un canon de belleza, tomamos prestada la teoría de los tres ejes del espacio antropológico del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, es decir, aquella teoría que afirma que las relaciones humanas de una sociedad pueden ser clasificadas en tres ejes (circular, radial y angular), pudiendo así observar que cada tipo de belleza humana clasificada anteriormente corresponde con cada uno de estos.

Dentro del eje circular (relaciones que los sujetos o miembros humanos mantienen entre sí), podemos encontrar la belleza humana fija o universal en la medida en que esta belleza sería aquella propia de los homo sapiens y sin la necesidad de la intervención operada sobre sus cuerpos (y sin la intromisión de objetos o entidades no humanas para obtener tal belleza, por lo que supondría una belleza directa apreciada de humano a humano). A través de ella se darían interacciones y relaciones humanas basadas (y estimuladas) en la cualidad de transmitir sensación de agrado, placer o atracción que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas que evolutivamente han sido seleccionadas como muestra de una mayor capacidad reproductora, así como de aportación de una mejor descendencia y la potencial capacidad de cuidado y protección de las crías (dando lugar a actividades etológicas como la procreación que desembocaron en instituciones como el matrimonio o el parentesco).

Sin embargo, a medida que las filiarquías se configuran como sociedades políticas de Estados prístinos y estas se van desarrollando, la belleza humana entronca con las relaciones no exclusivas del eje circular (que persisten), sino también en el eje radial y en el eje angular (Bueno, 1978):

(A) En el eje radial (relaciones que los humanos mantienen con objetos o cosas) se encontraría la belleza humana conspicua u ostentosa, pues este tipo de belleza se debe a características fisonómicas y anatómicas obtenidas con la modificación voluntaria y operada del cuerpo que culturalmente han sido construidas y seleccionadas como muestra de lujo, riqueza y prestigio a causa de las condiciones materiales e históricas de vida de una sociedad, u obtenidas por la mediación entre las cosas y los humanos. Es decir, los humanos mantenemos una relación con los objetos para la modificación de nuestro soma o percepción de estatus social (además, estos objetos pueden suponer portadores de belleza en sí mismos, como los accesorios cosméticos o cierto tipo de ropa). De esto último sería ejemplo el caso del gusto por mujeres de anchas proporciones en determinadas épocas históricas, pues sin que estas empleasen objetos para conseguir dicha figura, siguen guardando relación con los mismos en la medida en que estos median para la compresión de dicha anatomía como bella (se relaciona su fisonomía y anatomía con la posesión de recursos). Sería, pues, un tipo de belleza dada por la mediación de los humanos con las cosas.

(B) Por último, dentro del eje angular (correspondiente a las relaciones que se mantienen con sujetos no humanos o no considerados como tal o semejantes) se encontraría la belleza humana política. Si bien es cierto que este tipo de belleza guarda una relación obvia con el eje radial en tanto que se modifica el cuerpo con objetos y con su incorporación al cuerpo, desborda este dado que el motivo de la deformación o alteración fisonómica y anatómica tiene unas causas específicas. Estas causas guardan relación con la Eutaxia y, consecuentemente, también con la dialéctica de Estados y la capa cortical de la sociedad política, donde se mantiene una relación militar entre distintos sujetos externos de la sociedad política. Siguiendo la teoría de las tres capas de la sociedad política de Gustavo Bueno (relacionadas también con el espacio antropológico) las relaciones humanas de la capa cortical (poder federativo, diplomático y militar) se dan de una forma en la que ambos bandos se tratan como extranjeros y como sujetos no humanos de forma que no se consideran socialmente iguales. Es así el caso de los esclavistas con la tribu de los Mursi y viceversa. Por otra parte, si así se requiere, la división social de los habitantes de un Estado puede ocasionar la consideración de un grupo determinado de humanos como “no hombres”, es decir, como sujetos no humanos o no considerados como tal o semejantes para la pervivencia en el tiempo de la sociedad política. Sería, por ejemplo, el caso del tratamiento de los albinos en ciertas sociedades africanas como sujetos no iguales a los demás individuos de la tribu, permitiendo esto justificar la realización de una serie de rituales y sacrificios determinados con ellos.

Entendido esto, podemos comprender que, pese a que la belleza humana pueda clasificarse en función de la mutabilidad, variabilidad y origen de lo que se considera como bello, más que una separación de bellezas existe una disociación donde se puede realizar una irrupción y división de la belleza, pero que en la realidad se ve como algo continuo o unificado, donde los distintos tipos de belleza humana se presentan mezclados y entrelazados.

De esta manera, el canon de belleza se puede entender como el conjunto de características que se consideran bellas en el homo sapiens en un determinado momento histórico determinado; como resultado o producto normativo y estético global de las relaciones humanas dadas en los tres ejes del espacio antropológico. Es, en definitiva, fruto de la mezcolanza entre la belleza fija o universal, la belleza conspicua u ostentosa y la belleza política, pues los cánones de belleza son deudores del aspecto psicoevolutivo humano y de las condiciones materiales de una época histórica determinada.

Ante esto, los cánones de belleza atienden a una multiplicidad de causas circunstanciales y orgánicas, por lo que afirmar que se imponen desde una élite comunicativa y como un plan de opresión es idealista e incorrecto. Resulta una construcción social en la medida en que es la sociedad en su conjunto quien perfila determinados gustos, pero esto no significa que se realizase de forma arbitraria y gratuita y que se pueda modificar de la noche a la mañana, pues trabajar por el día también resulta una construcción social, pero viene determinada por unas causas astronómicas y antropológicas (y en el caso de la belleza, biológicas y antropológicas).

Para finalizar, quedaría por concretar que en el presente ensayo no se presenta como un objetivo explicar los gustos propios, sino qué es la belleza en y para los humanos y determinadas sociedades, algo que desborda lo individual y se centra en los gustos estéticos comunes y colectivos (pues a cada persona le puede gustar otra persona independientemente de los gustos específicos de su vecino).


4. Conclusión.

La cualidad que presenta un macho o una hembra homo sapiens dadas sus características fisonómicas y anatómicas de transmitir sensación de agrado, placer o atracción no ha sido condicionada ni fundamentada de una forma irracional o arbitraria, sino que se deben a circunstancias materiales de los humanos en su condición de homo sapiens y como habitantes de una determinada sociedad en una etapa histórica concreta. De esta forma, aquello que se considera como bello en el físico de las personas se encuentra sujeto tanto a las estrategias psicoevolutivas del emparejamiento humano (belleza fija o universal) como en la situación vital de una sociedad (belleza conspicua u ostentosa y belleza política).

Es así como en el presente ensayo hemos tratado de evidenciar que lo que denominamos como bello en relación con la fisonomía y anatomía humana (la belleza humana) es aquello que supone, en definitiva, un indicador de la garantía de la pervivencia del individuo, grupo, sociedad y especie que de ninguna de las maneras supone una construcción social gratuita y, por lo tanto, impuesta de forma arbitraria.


5. Bibliografía.

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Veblen, T. (2014) Teoría de la clase ociosa. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

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