¿Pueden los hombres quedarse embarazados? Una breve reflexión sobre el género y el sexo del homo sapiens.
¿Pueden los hombres quedarse embarazados?
Una breve reflexión
sobre el género y el sexo del homo sapiens
Brais Paisal Lombardero
1. Introducción
Todo aquello que creíamos como cierto y verdadero, inmutable y perenne y eterno y sólido se nos muestra hoy en día como incierto y falso, mutable y caduco, finito y líquido. Parece que el pasar de los tiempos nos deja entrever la verdadera realidad de las cosas: que nada es como habíamos pensado durante milenios que era. Y es gracias a cierta gente iluminada y despierta nuestra salida como sociedad de las tinieblas epistemológicas, gnoseológicas y ontológicas sesgadas a las que nos hemos encontrado aferrados hasta la actualidad. Es por ello por lo que semeja que un nuevo espectro recorre los países de la llamada civilización occidental. Un fantasma que, pese a que reluzca con fuerza en nuestro presente, ha ido herrando a través de viejos vientos helénicos relativistas y escépticos desde la antigüedad clásica hasta nuestros días: el fantasma queer.
Si hace unas décadas nos enterásemos de que en el año 2023 ciertos debates girarían entorno a si los hombres tienen o no aparato reproductor masculino o de si únicamente son las mujeres las que presentan la capacidad de menstruar (algo que se creía eterno y cierto) es muy probable que, debido a lo esperpéntico y estrafalario del asunto, nos resultaría tan donairoso que no creeríamos que en unos lustros se convertiría en una preocupación académica y social. Bien es cierto que, en la actualidad (2023), este tipo de afirmaciones siguen provocando cierta jocosidad en función de a quién se le pregunte, mas también resulta fehaciente que muchas son las gentes que entienden la cuestión trans como un asunto primordial de debate y tratamiento filosófico, social, lingüístico y jurídico. Dicha preocupación ha creado nuevos paradigmas alternativos a la explicación tradicional (o “dinosáurica”) sobre el asunto, es decir, que los hombres tienen pene y las mujeres vulva. Sin embargo, parece ser que se han necesitado entre 300.000 y 200.000 años para darnos cuenta de que esto no es cierto (según algunos), por lo que poseer aparato reproductor femenino o masculino no te convierte instantáneamente en mujer o hombre.
Por
todo ello, la redacción de la presente reflexión tiene como finalidad la
aclaración de los conceptos, definiciones e ideas corruptas y oscuras que giran
alrededor del sexo y del género en nuestro tiempo. Como una fuente de luz
clarificadora frente a las sombras de la ambigüedad y la retórica sofística
actual. En definitiva: para ayudar al prisionero a salir de la caverna.
2. Qué es ser un hombre y qué es ser una mujer
Sin
obviar la pretensión platónica del texto, el verdadero motivo que impulsó la
realización de estas páginas argumentativas fue la visualización de un vídeo
donde un senador estadounidense le preguntaba a una joven si al enunciar la
frase “personas menstruantes” se refería a lo que comúnmente se ha entendido y
se entiende como “las mujeres”. Esta, ante dicha pregunta con presuntas
“insinuaciones tránsfobas” (según la propia chica), le respondió afirmando que
quedarse embarazada no es una capacidad única de la mujer, sino también de los
hombres trans y que, por dicha cuestión, padecía transfobia (recomendando a su
vez acudir a sus clases sobre género).
Tras
observar estas declaraciones, uno se pregunta por qué la mujer no es la única
capacitada para dar a luz a nuevos humanos (algo que nunca se ha cuestionado)
e, inevitablemente, acaba por necesitar definir y aclarar conceptos
relacionados con el sexo y el género del homo sapiens. Y es en este
preciso instante cuando comienza el ejercicio reflexivo y argumentativo, así
como la búsqueda de conocimiento. ¿Qué es ser un hombre? ¿Qué es ser una mujer?
A causa de los nuevos paradigmas posmodernos (cargados de escepticismo y relativismo) acerca de la cuestión del género y el sexo, parece que la resolución ante tales cuestiones resulta altamente compleja y, si desde que se tiene consciencia colectiva el hombre y la mujer eran categorías sexuales y biológicas bien definidas, semeja que en la actualidad atreverse a definir ambos conceptos resulta un ejercicio heurístico altamente arriesgado (y, para algunos, opresor). Nuevamente, lo que parecía incuestionable y sólido es, en realidad, debatible y líquido. Sin embargo, el principal problema de este asunto radica en la mezcolanza y uso indiscriminado de sexo y género como sinónimos: en el mejor de los casos se habla de hombre como género; en el peor de los casos se habla de sexo como un espectro. Y es por ello por lo que se necesita clarificar qué es aquello que entendemos por sexo y qué es lo que realmente supone el género.
2.1. Qué es el sexo
En
el principio de los tiempos, la reproducción (proceso biológico a través del
cual los organismos generan descendencia) de las diferentes especies que
existían en la Tierra se producía de forma asexual, es decir, sin la necesidad
de la intervención de dos progenitores para la creación de un organismo
descendiente. Este tipo de reproducción consistía en la separación,
fragmentación, partición o división del sujeto parental en uno o más sujetos
con la misma carga genética (salvo mutaciones). De esta forma, los organismos
asexuales se reproducían por fisión binaria, fragmentación, gemación,
esporulación, partenogénesis o multiplicación vegetativa.
Más tarde y a medida que los seres realmente existentes se fueron complejizando, surgieron nuevas formas de reproducción donde se presentaba necesaria la intervención de dos progenitores, pudiéndose dicotomizar esta según la morfología de los gametos: reproducción isogámica y reproducción anisogámica. La reproducción isogámica corresponde a aquellas especies donde los gametos de cada progenitor son iguales en tamaño y forma, mientras que la reproducción anisogámica es aquella que se da en las especies donde los gametos de cada progenitor son diferentes en forma y dimensiones. Es por ello por lo que podemos comprender el sexo como la condición orgánica (conjunto de caracteres anatómicos) que presentan las especies de reproducción isogámica y anisogámica para la generación de descendencia, siendo posible su división en dos tipos en función de los gametos que aporten o en función de la condición fenotípica y genotípica que presenten: macho o hembra.
En nuestro caso, la especie homínida homo sapiens presenta una reproducción anisogámica (dioica) y, concretamente, oogámica. Es decir, para la generación de descendencia se necesitan dos progenitores que aporten dos tipos de gametos distintos: los óvulos (gametos inmóviles y de gran tamaño) y los espermatozoides (gametos móviles y de pequeñas dimensiones) (Errasti; Pérez, 2022). En general, aquellos sujetos que presentan la capacidad de producir los óvulos se conocen como hembras, mientras que los sujetos que presentan la capacidad de producir los espermatozoides, machos. Sin embargo, dentro de la especie humana, los machos son conocidos como hombres y las hembras como mujeres, siendo hombre y mujer categorías explícitamente biológicas y sexuales (de la misma manera que perro y perra son el macho y hembra canino), aunque con un emanante momento antropológico.
Una vez explicado qué es el sexo, podemos comprender que de ninguna forma se puede tratar de un espectro o construcción social (tal y como lo presentan en libros como El arcoíris de la diversidad) ni tampoco especular acerca de la existencia de más de dos tipos (tal y como afirma Fausto-Sterling en Los cinco sexos, alundiendo la existencia de cinco tipos: macho, hembra, hermafrodita, seudo-hermafrodita masculino y seudo-hermafrodita femenino), pues el sexo en los humanos resulta una categoría biológica sumamente ligada a la reproducción dioica (así como al papel que se realice dentro de ella) y a la posesión de los gametos masculinos o femeninos; y mientras no existan más gametos que dos, solo podrá haber dos sexos: el masculino (macho) y el femenino (hembra). Es así como hombre supone macho humano adulto y, mujer, hembra humana adulta.
2.2.
Qué es el género
Hasta finales del siglo pasado, la palabra género en castellano no presentaba relación alguna con la significación que se le da hoy en día. Es a través de investigaciones y estudios angloestadounidenses la entrada e influencia en las universidades españolas del género como algo propio de humanos y más allá de los morfemas de género de las palabras o de su uso como término taxonómico biológico situado entre familia y especie. En definitiva, fueron los estudios sobre gender los que aportaron un nuevo significado de la palabra española género (algo que no quita su existencia anterior).
El género, así, supone el conjunto de instituciones, convenciones, roles, atributos y particularidades sociales asignadas a cada uno de los sexos humanos. El origen de esto se haya en la cultura propia de cada una de las sociedades existentes en el planeta Tierra dependiendo de las condiciones materiales a las que se enfrenten, por lo que el contenido y forma de los géneros varía en función de las mismas y son construidos social y colectivamente. De esta manera, existen dos tipos de géneros ligados a cada uno de los sexos: el género masculino y el género femenino. El género masculino es aquel construido entorno a la figura del hombre y asignado al macho, mientras que el femenino es el género propio de la hembra. Por ello, si bien es cierto que el sexo supone una categoría biológica y los nombres empleados para la distinción de estos en los humanos (hombre y mujer) no escapa de la misma, el género corresponde a categorías sociológicas y antropológicas (masculino o femenino).
Comprendido esto, debemos reafirmar que la vinculación del género con el sexo es indiscutible, algo contrario a lo que autores posmodernos como Judith Butler niegan (véase en su obra El género en disputa) (Butler, 2018). La realidad social y antropológica que supone el género emana inevitablemente de una realidad biológica anterior, que no es otra que el sexo del individuo. Que el género sea una construcción social no implica necesariamente que esta sea arbitraria y gratuita, sino que se debe a una realidad o circunstancias materiales y biológicas previas, de la misma forma que trabajar por el día es una construcción social que parte de una realidad astronómica. Es por ello por lo que los roles, instituciones y atributos asignados a cada sexo y que parten del mismo son aquellos que en gran medida corresponden o se ven influenciados por dicha condición orgánica (que los hombres realicen más trabajos forzosos, defiendan el grupo en caso de guerra o que repriman sus sentimientos está relacionado con su fuerza física). Incluso algunos roles se presentan ciertamente determinados (pero también modificables) por la psicología evolutiva obtenida a través de la selección natural a lo largo de generaciones humanas como mecanismos de emparejamiento y conducta vinculadas con el sexo mismo, como la mayor predisposición de la mujer por la crianza de los infantes en relación con el varón así como su tendencia, pese a la libre elección, de escoger carreras universitarias relacionadas con el cuidado en mayor medida y proporción que los hombres en la actualidad (Buss, 2021).
Llegados a este punto, podemos afirmar que género, al permanecer ligado al sexo, solo puede haber dos siempre y cuando existan dos sexos. Un hombre que se vista de forma femenina no supone un tercer género, sino lo dicho al principio de esta oración. Una mujer que se vista de forma masculina o que actúe como tal no supone otro género fuera de la dicotomía masculino-femenino, sino lo relatado al comienzo del enunciado. Igualmente, pese a que el género se presente ligado al sexo (como realidad antropológica subordinada a la realidad sexual o biológica, algo que invierten desde explicaciones queer), no significa que los hombres y mujeres se deban comportar o sentir del género que socialmente se le ha asignado o que inevitablemente actúen como tal. Un hombre puede desear poseer un género más femenino y una mujer presentar una actitud más masculina (algo que no hace que exista un nuevo género o sexo). De la misma manera, afirmar que cada uno puede tener su propio género resulta un imposible, pues este se construye de forma colectiva y comunitaria y supone un conjunto de características generales comunes identificables socialmente. El género, al aludir a un concepto grupal, no es compatible con una realidad individual, por lo que el supuesto “género individual” que pueda llegar a presentar un individuo humano en el futuro es, simplemente, lo que se conoce como la personalidad. Y por último, continuando con este barrido de ideas, aquellas personas que se autoperciben como personas “no binarias”, es decir, ni de género femenino ni masculino (siendo incorrecto cambiarlo por hombre o mujer, pese a que ellos mismos lo afirman), simplemente viven en su irrealidad inventada, pues, aunque lo pretendan, no pueden escapar de los límites definitorios de lo que son los géneros, ya que los “no binarios” se presentan socialmente más o menos masculinos o femeninos en función de su sexo correspondiente (si eres mujer y te vistes o actúas de forma distinta a la mayoría de mujeres serás una mujer menos femenina o más masculina siempre y cuando exista dicha mayoría). Es decir, emic serían “no binarios”, pero no etic (Alarcón, 2022).
2.3.
¿Pueden los hombres quedarse embarazados?
Dilucidados los conceptos de sexo y género dentro del homo sapiens, quedaría por responder a la cuestión que sirvió y sirve de pretexto para la realización de esta reflexión: ¿pueden los hombres quedarse embarazados?
Teniendo en cuenta lo explicado hasta aquí, para poder aportar una óptima respuesta a dicha pregunta, se presenta necesario definir aquello que se conoce como hombre. Ante esto, debemos remontarnos al concepto de esencia, es decir, observar cuál es la unidad e identidad de algo que responde a la pregunta por el “¿qué es…?” de su nombre. Entendido esto, a la hora de responder a la cuestión “qué es ser hombre”, se debe hacer referencia a las cualidades comunes (de todos los hombres) que los diferencian de las cosas que no lo son, así como a aquellas que se presentan constantes pese a los cambios. Es por ello por lo que “ser hombre” no se puede circunscribir al ámbito de la performatividad (actos, gestos, lenguaje, vestimenta, etc) ya que lo que se considera como “lo masculino” (género) va mutando en el tiempo y es culturalmente distinto. Bien es cierto que hombre se puede definir desde parámetros antropológicos, pero “ser hombre” va ligado a una realidad sexual de la misma manera que “el día y la noche” son construcciones sociales que parten de una realidad astronómica, por lo que, si “hombre” como performace o comportamiento típicamente masculino existe, lo hace en la medida en que previamente se da como entidad sexual (teniendo, esta, preferencia y prevalencia ante sus definiciones antropológicas o psicológicas, pues sin esta, no se dan aquellas). Dicho esto, “qué es hombre” supondría presentar un genotipo y fenotipo determinado, en el que se encuentran los órganos sexuales necesarios para la producción de gametos móviles y pequeños, los espermatozoides (en contraposición a los gametos inmóviles y de gran tamaño producidos por el sexo contrario, es decir, los óvulos), ya que es aquello común a todos ellos y que no varía pese a los cambios (la esencia). Y es por ello por lo que un hombre no puede, siguiendo lo explicado, quedarse embarazado, pues esto supondría la posesión de gónadas femeninas, siendo estas las cualidades específicas de la hembra (mujer) y contrarias a las del macho adulto (hombre).
Tras esta explicación, hay quienes afirman que se trata de un reduccionismo o un claro ejemplo de perspectiva bioesencialista del asunto. Ante estas declaraciones, uno debe responder que dicha perspectiva no ha sido empleada como marco teórico para definir lo que es hombre o mujer de forma arbitraria, sino que la resolución de dicha cuestión conduce inevitablemente a las ciencias naturales. Es decir, no se ha realizado un ejercicio sesgado partiendo de unos postulados previos biologicistas, sino que la búsqueda de conocimiento nos ha llevado hasta esta postura. Por ello, tachar dicha argumentación de bioesencialista sería como afirmar de reduccionismo biológico el definir una paloma como ave columbiforme y no como “aquel tipo de ave representativa de la paz” (por lo que todas las especies que se sientan o sean pacíficas serían palomas). A su vez, los alimentos también presentan una envoltura social y antropológica que gira entorno a ellos, pero dicha construcción no implica su desaparición como identidades corpóreas: que la langosta esté relacionada con un nivel de renta elevada y se entienda como comida propia de clase alta no elimina su composición orgánica, al igual que la existencia de la división horaria y nutritiva de desayuno-comida-cena que clasifica qué tipo de alimentos se deben tomar en cada una de ellas no elimina el valor nutricional de los ingredientes de cada plato independientemente de cuando se ingieran (por ejemplo, que los cereales sean “desayuno” o “dieta mediterránea” en España no les quita de ser plantas de la familia de las poáceas).
Por todo ello, una persona se puede sentir del sexo contrario al que es, pero esto no implica, al ser hombre o mujer una categoría biológica (que presenta su momento antropológico), serlo. Sin embargo, también uno se puede sentir más o menos femenino, algo que si se plasma en las acciones diarias se puede hacer realidad (ya que esto depende de actos, performances, instituciones o particularidades culturales). De la misma forma, afirmar que “se nace en el cuerpo equivocado” en referencia a aquellas personas que no se sienten conformes con su sexo, resulta (en tanto que enunciado serio) un dualismo antropológico alma-cuerpo y un neoplatonismo de corte plotiniano incompatible con la física que ningún tipo de persona que se considera mínimamente racionalista o materialista (e incluso científico) podría respetar (es decir, sería una alusión metafísica donde las haya, pues bien complicado resulta no ser lo que eres y más si la causa de ello es puro sentimiento).
3. El sexo de los ángeles
Para
finalizar la presente reflexión quedaría por mencionar por qué es ahora cuando
más se discute sobre qué es ser hombre y qué es ser mujer. Tratar de explicar
la causa de que existan más personas que se autodeterminan del sexo contrario
al que nacieron. Enunciar por qué, a grandes rasgos, lo que se creía sólido se
vuelve líquido en nuestra sociedad actual.
Cuentan
los tronistas de la época que, en el siglo XV, cuando los turcos estaban a
punto de conquistar Constantinopla (la capital del Imperio Romano de Oriente),
los sabios de Bizancio, en lugar de preocuparse por la defensa ante sus
enemigos, perdían el tiempo discutiendo acerca del sexo de los ángeles. A
partir de ese momento, cuando se dice que se “discute sobre el sexo de los
ángeles”, se pretende expresar lo innecesario e incluso contraproducente que
puede ser hablar de un determinado asunto en según qué circunstancias; también
puede significar que a lo que se le da importancia, realmente carece de ella. Y
algo semejante sucede con esta cuestión acerca del sexo y el género en los
humanos. Pero ¿por qué?
Los discursos materiales, en la llamada civilización occidental, son sustituidos paulatinamente por otros que rebasan dicha categoría (siguiendo lo descrito por Inglehart y el cleavage valores materiales-valores posmateriales), por lo que cada vez más la política y las conversaciones cotidianas se presentan relacionadas con temas que no aluden a las condiciones socioeconómicas de vida, puesto que la cobertura de bienes de primera necesidad fue una realidad hasta tiempos recientes gracias a la lucha obrera y el desarrollo de las fuerzas productivas burguesas (salvo pocas excepciones). Que esto suceda en dichas zonas geográficas y políticas (occidente y países de tradición euroamericana) no es pura casualidad, puesto que es en estas sociedades donde 1) el desarrollo de las fuerzas productivas y la tecnología es mayor, 2) los niveles de vida y automatización del trabajo son más altos, 3) la división sexual del trabajo no acontece o es prácticamente inexistente, 4) la igualdad jurídica y social entre sexos es mayor, 5) los géneros y en sí las prácticas sociales asignadas culturalmente a cada sexo no se presentan tan necesarios para la organización social y el mantenimiento de la polis (los papeles sociales que cumplen tanto hombres como mujeres resultan casi idénticos), 6) tener hijos es un hándicap para la vida laboral, 7) el sexo como acto concúbito se desliga cada vez más de la reproducción, 8) la familia y el matrimonio como instituciones antropológicas van en detrimento, 9) las relaciones posconyugales son mayores, 10) el individualismo supera con creces al colectivismo como ideología y como forma de vida, 11) las ciudades y el número de habitantes en ellas es gigantesco en comparación con países menos desarrollados, 12) la necesidad de identificarse con desconocidos y premeditar una identidad es mayor, 13) el empleo de redes sociales es alto, 14) la publicidad en el sistema de mercado reafirma nuestro narcisismo así como liga nuestros gustos a nuestra personalidad (por lo que tú eres lo que te gusta), 15) las acciones autoritarias están mal vistas y se aboga por la tolerancia ad infinitum, 16) la crítica se entiende como intolerancia, 17) existe una abundante carga de buenismo social, 18) lo políticamente correcto prima por encima de lo científicamente correcto, 19) el sensacionalismo y emotivismo supera a la razón (sentirse es ser) y 20) las universidades cada vez se presentan más infantilizadas y no funcionan como centros de debate ideológico (Errasti; Pérez, 2022).
Tras
esta enumeración de características propias de las sociedades occidentales
desarrolladas, puede comprenderse que, posiblemente, las confusiones entre el
sexo y género de los humanos y el constante debate acerca de los mismos radica
en las condiciones materiales, económicas y sociales de vida. Y si alguien
entiende que este asunto, dados los tiempos que corren, es de menor importancia
(por lo que deberíamos “pasar del tema” y dejar que cada uno se sienta como quiera),
se le debería contestar afirmando que el nuevo paradigma posmoderno sobre el
sexo y el género provoca a su vez cambios legislativos que afectan a la
sociedad en su conjunto, generando nuevos problemas y nuevas tensiones a
resolver. ¿Podría una mujer trans participar a nivel deportivo con mujeres?
¿Qué pasa si un hombre heterosexual se autoidentifica como mujer y maltrata a
su pareja?
Por
esto y por mucho más resulta necesario reflexionar sobre lo queer y toda
aquella teoría relacionada.
4. Conclusión.
Pese
a los esfuerzos heurísticos de la sofística posmoderna actual, la realidad científica
evidencia que el sexo, en tanto que condición orgánica, resulta un hecho probado,
no siendo este asignado, sino constatado. Las evidencias biológicas obtenidas
gracias al estudio científico de la somática humana desbordan el ámbito de lo discursivo,
arremetiendo contra la anarquía epistemológica y gnoseológica de los postulados
hegemónicos y queer respecto al asunto tratado en las anteriores páginas.
Por mucho que a ciertas gentes le pese, los hombres, en esencia, no pueden dar
a luz nuevos sujetos humanos, puesto que ello supondría destruir el propio
concepto y realidad de “hombre” como sujeto humano portador de gametos
masculinos (espermatozoides). Sin duda alguna, “hombre” desborda el ámbito
biológico, presentándose en demás categorías de la realidad, pero sus posteriores
conceptualizaciones antropológicas y sociológicas no resultan esenciales
para dar respuesta a la cuestión planteada, pues estas aparecen en la medida en
que les precede la existencia del hombre como sujeto sexual (que no sexuado). De
la misma manera, se sugiere que, lejos de suponer que históricamente existiese
una proporción de personas con disforia de género tal como en la actualidad, si
este tipo de fenómenos se dan hoy en día lo hacen en tanto que suponen debates deudores
de las condiciones materiales de existencia (fruto, fundamentalmente, de la disolución
paulatina de la división sexual del trabajo).
Por
último, quedaría por precisar que todo lo narrado hasta este momento no
justifica la degradación moral privada o pública de las personas transexuales o
con disforia de género.
5. Bibliografía.
Alarcón,
D. (2022). Crítica al concepto de 'género (sexual)' desde el Materialismo
filosófico. El Basilisco, 57, 5-31.
Buss, D. (2021). La evolución del deseo. Madrid: Alianza Editorial.
Butler, J. (2018). El género en disputa. España: Paidós.
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